
El sentido es la conexión y los vínculos, conexión de cosas intangibles y tangibles y vínculos con personas a la vez efímeras y a la vez infinitas. Compañía y propósito, como dice Francisco. Contamos, notamos, estamos y nos quedamos ahí, aquí, juntos; con números, en la página, en la conversación y escuchando.
La terquedad es también la forma de esperar que la semilla de la enseñanza, de Ingrid, de Alicia, apostada ilusa y tempranamente, germine. La conexión entre un número y el ser amado, entre una política pública y lo arrancado, entre una escuelita y el universo que modificamos. Como diría Cristóbal y Don Fernando, este escritorio, este salón de clases y esta página también quedan en el universo.
Es divertido y placentero sacar un libro, un documento, una imagen y un audio, pero eso que llamamos belleza no está completo sin una buena mirada, un alma escuchando; incluso a veces las personas tienen manos y esas manos se extienden hasta el abrazo donde hay pecho y espalda y dos piernas que nos sostienen y sostienen nuestro mundo. Es posible conjurar un poco las vanidades desde lo que nos pone en común a todos y todas: ser queridos.
Pasa que querer es también un placer, a veces hasta mayor que ser querido, entonces ese intercambio sin cálculos se va llamando amistad y siempre es material porque requiere de todas las excusas, un espacio que va adquiriendo símbolo y un tiempo sagrado, pero también siempre deja algo pendiente, inconcluso.
La ciudad, o allí donde hay dos que crean lugares para dar la bienvenida a un tercero, es un eje o un lugar -siempre en expansión- desde donde brincar. La ciudad no puede ser para padecer y sólo se puede elegir, entonces hay que juntar todas las ficciones para que el enamoramiento ciudadano gane y crear como quien juega y querer como quien sirve. Curiosamente, las ficciones sirven para que aquello arrancado se nos quede más.
Con las manos de Natalia, Victoria, Felipe, Lucía y Víctor se pone lo arrancado en un lugar donde sigue doliendo, pero fuera del alcance de la crueldad.