Tercera entrega
Con la campaña NoCopio aprendimos que el discurso del mandatario se vuelve un bien público de mucha relevancia. No sólo necesitamos que el gobernante sea ejemplar, sino que cuide cada detalle de su comunicación pública porque puede ser definitivo para mantener los rasgos culturales que nos hacen daño o para lograr hábitos de pensamiento que vayan zanjando un cambio cultural.
Lo que un alcalde reproduce en comunicaciones y discursos, las posiciones que toma, en lo que se declara neutral y lo que le parece normal puede afectar en el corto plazo la cultura, con cosas tan tangibles, como sucedió en la alcaldía anterior, como es tomarse “la justicia” por mano propia.
Más allá de esa responsabilidad con el discurso, todo debería de basarse en la honestidad, franqueza y honradez en el discurso. Necesitamos más políticos que digan que no saben, que reconozcan que se equivocaron y que se les había olvidado o no tuvieron en cuenta algo. Pareciera que el poder estatal o público hace a los políticos expertos en todo y además infalibles. Nuestra cultura política debería de ser más de director de orquesta y más de ungido omnisciente.
Creo que empieza a quedar clara la evidencia que el alcalde de Medellín en varias ocasiones se ha equivocado en el discurso y ha faltado a la verdad, depende de cada uno pensar si es un error o es algo intencional. En ambos casos son temas serios como todos los del discurso de un alcalde, pero en el segundo caso sería engañar y manipular a la ciudadanía.

La mayor crisis en la que podamos estar en Medellín es la de desconfianza, es por eso que el discurso y las comunicaciones son tan graves. La honestidad y la honradez en el discurso siempre llevan a una materialidad, por eso el discurso no es sólo un estilo o una forma, sino que muestra un fondo de lo que está mal.
En desconfianza es imposible desarrollar poder democrático y eso lo hemos necesitado mucho para enfrentar el Covid-19. Sólo desde la confianza el liderazgo nos une y saca lo mejor de todos. Ante un discurso deteriorado por buscar culpables y por atacar a otros como una forma de no debatir lo que se les crítica en el servicio público, sólo queda un poder ramplón y un autoritarismo vedado.
Tenemos críticas a todas las alcaldías que hemos podido estudiar en la historia de Medellín, pero la crítica al cuatrienio anterior y a esta es contundente y una de las cosas que no podemos perder de vista que es una descomposición que tienen en común ambas administraciones es tratar a la crítica ciudadanía como ilegitima y malintencionado y dividir a la ciudadanía entre amigos y enemigos. Llevamos ya más de cinco años sin diálogo significativo y que a la postre no es legítimo porque la alcaldía decide con quiénes si quiere dialogar o sobre qué temas no les interesa. Hoy se acumula un fenómeno de la hipermediatización de la política que pone en crisis la democracia con una ciudadanía que hace una representación de sí misma en lo digital y con nuevos problemas de transparencia en esta administración.