Los errores que cometimos
Por: Lukas Jaramillo.
A una campaña se le perdona que no tenga presupuesto, que no esté en las redes o que esté desconectada (sin presencia en el internet); que sea tímida o escandalosa; que se descoordine un poco o que sea un poco rígida. Lo que no se le perdona es que sea sorda y que la invitación sea a repetir un parlamento inmodificable.
La gente que se echó al hombro en Medellín el “Sí”, es gente de la sociedad civil, artistas, jóvenes –hasta adolescentes– con una gran capacidad argumentativa.
Esas personas maravillosas que hicieron mucho más que yo por el “Sí” heredaron 12 años de propaganda –rayando en odio deshumanizante– contra las FARC; cargaron con el desprestigio de un gobierno que trastabilló y se contradijo y unos acuerdos que tenían que sonar nítidos en medio de una oposición que desinformó.
Las campañas requieren saber que las personas en nuestra época son inteligentes y libres para abandonarnos, cambiar de posición y apartarse de una causa. Las personas contemporáneas (y más los millennials) aprendieron a no dejarse manipular por culpas, deberes y responsabilidades: ya solamente se movilizan por lo que es “cool”, chévere o bacano. Sólo una minoría vanidosa que puede estar en el gobierno, ONG’s o academias se movilizan hoy después de fruncir el ceño. La mayoría de la gente se moviliza con una media sonrisa (tranquilas risas): se moviliza en el desenfado.
El “Sí” por más que nos duela no era suficientemente “cool”, pues estaba empantanado de personajes “anticool” como los políticos y los jefes de las FARC. Pero la buena noticia es que sostener una rabia también es difícil, por lo que la mitad de los del “No” serían seducibles.
Lecciones de un dos de octubre
El correctivo de la campaña del “Sí” no es complejo pero sí difícil. Se necesita preguntar desde el principio, ir con dudas, con hojas en blanco, con borradores y con vacío. Este asunto tan difícil –dadas las condiciones– nos arroja varias lecciones para cualquier campaña ciudadana que quiera transformar y dejar una huella histórica:
1) Pregunte, escuche, manifieste sus propias dudas. Deje que la gente haga propuestas y haga algo con esas propuestas.
(No dé ordenes, no le explique a la gente cómo pensar como usted o ser como usted. Las campañas no se diferencian entre una elite y una masa, entre unos ilustradores y unos ignorantes).
2) Cree juegos, invite a jugar, juegue. Permita que la gente haga algo, y cuando la gente esté muy motivada dele un rol tangible, una responsabilidad, sugiera una acción. No deje que nadie se quede sin qué hacer. La gente de hoy no quiere ser audiencia o alumno.
3) Relacione la gran gesta (el epifenómeno) y el momento histórico con lo cotidiano, lo experimentable, los pequeños tiempos de la gente y sus pequeños espacios.
Demuestre qué se puede experimentar en cada una de las vidas a las que está dirigida la campaña y devuélvale a la gente su capacidad de agencia (de transformación de su inmediación al estilo de “do it your self”).
(No podemos depender del gran evento o de una marcha, tiene que haber algo en las propias rutinas de la gente –y sobre todo en sus historias de vida– que los relacione con la campaña).
4) Cree un poquito de caos para que pueda haber un código abierto en la campaña y despreocúpese de las autorías. Que todos puedan versionar, reescribir y hasta refundar.
(Deje de ser un censor, un auditor, un interventor de la campaña, un filtro y un certificador de mensajes y opiniones. Sólo se puede controlar lo que es más pequeño que nosotros: lo grande sólo lo podemos motivar y seducir).
5) El remitente (emisario, autor o actor), aunque suene contradictorio con el último punto, sí cuenta: no eche a nadie de la campaña pero retírese de los famosos o connotados inadecuados.
Si en todo caso en alguno de los momentos de la campaña, terminó un antisímbolo ocupando la representación, apáguele el micrófono o explique que “es bueno que se interese en la campaña pero que hay otros que están más preparados dentro de la campaña para dar el mensaje porque han estado en el proceso de concertación”.
(Para el caso del sí, los políticos pretendiendo coordinar –no sé qué– restaron más de lo que aportaron).
6) Haga un inventario de los lenguajes, las estéticas y aprovéchelas con la técnica de encontrar el emisario (remitente), momentums (que tiene que estar pasando en ese momento), horarios, lugares y canales.
7) La campaña (de semanas o meses) madura cuando luego de hacer entender pasamos a hacer sentir.
El teatro sabe que no hay ningún buen actor que no sienta. A este punto la academia y los argumentos tienen que diluirse y es el turno de subir la intensidad del color y poner todo el volumen. La técnica acá es jugar con la escala tonal de las emociones y saber por cuánto tiempo se puede sostener cada emoción y cómo se puede pasar de una a otra.
(Nada más aburrido que cuando uno quiera argumentar y hablar de sus sentimientos le pregunten: ¿sí o no?)
8) Al final necesitamos el carnaval. Serían dos fiestas: con la que invitamos la gracia (los favores de las mayorías) y con la que celebramos la fortuna.
Ya no congresos, ni simposios, ni ferias, sino carnaval. Fiestas sin tarima donde todos los cómplices o militantes de una campaña son iguales. En el carnaval juntarnos y estar juntos no es un medio sino un fin.
Conclusión
Decir sí o no se parece mucho a firmar un cheque. Nosotros nos acostumbramos a la democracia que conocemos donde el ganador se lo lleva todo, en cada elección hay una opción y no podemos suscribir cláusulas o señalar una excepción (cualquier cosa menos esto).
Arrow veía en las elecciones un riesgo inminente en el idilio dictatorial de la unanimidad y pensaba que había ya un riesgo velado de autoritarismo en tener menos de tres alternativas. Por más de lo noble de la movilización ciudadana por “el Sí”, tenemos que repensar lo metodológico de la democracia para intentar que vuelvan todos los colores y superar la intoxicación binaria.