Primeras capas para un mapa de guetos
Supongamos que hay un barrio en el que ha habido dos homicidios, justamente esto no ha tenido mucha importancia en los medios, el lugar es periférico y pobre y una víctima tenía 18 y otra 19 y habitaban el mismo barrio donde fueron abatidos por varios disparos. Una investigación, más de corte social que criminológica (aunque la criminología podría ser una ciencia social), revela que hay otros tres jóvenes amenazados y de ellos hay uno que parece haber sido sentenciado por una pandilla. Entonces, se saca a ese joven y se aumenta la presencia policial en ese barrio y se establece por lo menos una denuncia sobre amenaza para una persona, pero es difícil encontrar las pruebas contra el jefe de una pandilla y el enlace.
Lo que puede suceder luego es que la Policía en el barrio se transforma a una gendarmería o una Policía Comunitaria con otro uniforme y que no está presionando por información, ni haciendo labores de inteligencia que ponga en riesgo a informantes. Después de seis meses donde la pandilla estuvo replegada, la gente se acostumbró a la Policía porque no hubo quejas, prestó servicios de resolución de conflicto, previno incidentes y se compenetró lo suficiente con el tejido social como para que se volviera “parte del paisaje”.
Durante esos seis meses se hicieron dos trabajos de urbanismo para dos parques pequeños, porque no hay mucho espacio, uno para adolescentes y otro para niños. Por el segundo patrullaba constantemente un binomio de Policía integrado por un hombre y una mujer, en el primero no, pero se comprendió también el urbanismo logrando que sólo hubiera una entrada y se hicieran requisas en el trayecto hacia el parque. El único propósito de las requisas era encontrar armas y procesar a las personas que estuviera armadas (todo con muy buen trato).

Aunque había un programa –que se promocionaba en ese barrio– para disminuir el consumo de drogas y alcohol y resolver adicciones, se comprendió con un poco de etnografía que en el barrio podría haber más de treinta adictos y se entendía que deberían de tener un lugar lejos de niños y niñas donde consumir sin riesgos y sin terminar como base social del crimen.
Después de muchos diálogos con jóvenes, se abre una casa cultural para jóvenes con actividades insospechadas como telescopios y jardín de bonsáis. Resulta que se descubrió que había un grupo de otakus 2 y a otro grupo de adolescentes le gustaba la astronomía. En la casa se dispuso un lugar junto al jardín para hacer siestas o leer en hamacas, también hay un salón que funciona como un café donde se puede tomar limonada y tener citas románticas con buena mueblería, buena vajilla y hasta velitas. La casa tiene un horario para el público general de ocho de la mañana a diez de la noche y los viernes y sábados se extiende hasta las doce de la noche. Funciona con un sistema de voluntariado y haciendo una red institucional con el colegio público, el instituto de deporte y la Policía comunitaria, pero todos los días va uno de dos profesionales de psicología expertos en el trabajo con adolescentes a las dos de la tarde y uno de dos artistas al atardecer.
El circuito el colegio público (donde se renovaron sillas, escritorios, baños y sala de sistemas y ya cuenta con un horario extendido para actividades extracurriculares hasta la noche) sumado a los dos parques y a la casa cultural, hicieron que el barrio apareciera en varios medios de comunicación, que hubiera una visita semanal de algún artista con charlas, exposiciones y conciertos y que la gran mayoría de adolescentes en el barrio estuviera en un grupo de exploración, creación y expresión (muchos de ellos guiados por un profesor o experto) y que se crearan emisoras virtuales, periódicos, grupos de deportes tradicionales y divergentes (como skaters y parcur) y que todos los viernes y sábados los adolescentes organizaran bailes, batallas de rap o presentaciones humorísticas.

Al año el barrio resolvió su problema de basuras, está mejor iluminado, mejor pavimentado, tiene docenas de metros de nuevas escaleras, hay más de 500 techos de casas reparadas, miles de casas pintadas, el transporte público entra hacia allí y aunque el constructor responsable de los parques pagó una vez una extorsión a una pandilla, se sabe que en los últimos cuatro meses ni a él, ni a otro los han extorsionado. Se cumplen seis meses sin ningún homicidio, no hubo desplazamientos forzados y el chico que tenía un mayor riesgo volvió al barrio.
Uno o dos agentes mafiosos se fueron del barrio, porque dejó de ser estratégico para estos. Hubo capturas, pero lo más importante es que se disolvió una pandilla porque se venció el arquetipo de pandillero.
Se podrá acusar esta imaginería de ingenua, diciendo que es más complejo, que hay muchos barrios en Latinoamérica donde las condiciones no están dadas para eso, la respuesta es hágalo en el barrio contiguo y sino en el barrio contiguo al vecino del que se le vino a la mente. Si aún sigue estando complicado cerca del barrio que es necesario rescatar, entonces hágalo en el otro lado de la ciudad donde hay que cuidar que a un barrio no le ocurra lo de ese barrio sobre el que se siente impotente.
Hay que recordar que los territorios pueden sufrir contagio como un aliciente para empezar una recuperación territorial acumulativa, pero poniéndole el eje en la población y más específicamente en jóvenes y adolescentes. Hay veces que no se tienen las herramientas suficientes para empezar en un vecindario, pero entender que el proceso es largo y supera un periodo gubernamental, también sitúa en la responsabilidad histórica de empezar. La tesis no es sólo que el crimen es una minoría imponiéndose a una mayoría (razón por la que no hay barrios criminales o perdidos), sino también que jóvenes y adolescentes cambian y se recuperan (los seres humanos siempre se está cambiando y cada persona es muy distinta entre etapas).