Una silenciosa valentía para un 23 de junio

Compartir

Jueves 23 de junio de 2016 las FARC declaraban la paz al Estado Colombiano. Esto ha sido el producto del trabajo silencioso de tecnócratas, de la organización invisible de las víctimas por décadas y de políticos y comandantes guerrilleros que –pese a equivocaciones– perseveraron.

Fue impactante ver las fotos en Ituango –Antioquia– donde se recogían las trincheras y un amigo exclamar, “genial, el pueblo de mi familia en paz”. La idea de Colombia como nación ha estado tremendamente afectada y aún hoy es bastante maltrecha, pero si creemos en la dignidad humana sin distinciones y la solidaridad sin fronteras el 23 de junio comienza un proceso para reconectar territorios y reconocer poblaciones.

Nos habíamos acostumbrado a que hay poblaciones y modos de vida que no existen. También nos habíamos acostumbrado a ser enemigos. Es complejo terminar de entender a todo lo que nos habíamos acostumbrado: se trata del miedo y esa profunda desconfianza que ha hecho tan difícil la solidaridad y que nos sumergió en una cruel indiferencia.

En esa tremenda confusión –en la que hemos pasado las décadas como colombianos– ni siquiera hemos terminado de comprender lo que es un movimiento de víctimas o una organización de víctimas. Otra niebla del 23 de junio que se disipa es la que nos deja ver la valentía de las víctimas, valentía del que no quiso ser violento, valentía del que luchó por la vida yéndose y no se quiso adaptar a lo atroz y –sobre todo– entendemos ahora, valentía del que es capaz de mostrar la digna vulnerabilidad de haber sido receptor de la infamia, quedarse con la violencia y dejar de transmitirla.

Las víctimas organizadas y participando hacen algo impresionante: comparten su historia, nos consuelan haciéndonos sentir acompañados en nuestro dolor y nos muestran que pese a todo el sufrimiento hay otro camino. Nos muestran que en algún punto la cadena de dolores se detiene, allí donde una víctima decidió parar y no ser victimario, allí donde una víctima decidió perdonar.

Anaidalyth Delgado y Gloria Edilma López son miembros de la Mesa de Participación de Víctimas de Medellín y entre tambores y gaitas celebraron en la Plaza Botero de Medellín el 23 de junio de 2016.

“Estamos dispuestas a este camino y a esta nueva ventana que se abre” –enuncia Anaidalyth.
Ella fue víctima de las FARC-EP pero no asoma en ella el más mínimo odio.

Cuando escuchamos a estas mujeres listas para la veeduría de la paz, la construcción y la participación desde sus territorios, entendemos que tendremos que empezar a escuchar más lo que ellas se imaginan para una sociedad atravesada por combatientes.

En el futuro imaginado por las organizaciones de víctimas cabemos todos, se imaginan las FARC como un grupo menos en el conflicto, haciendo política, haciendo otras cosas, un trabajo social; eso no les preocupa. Explican que lo importante es que no estén “empuñando armas, destruyendo, desangrando un país y acabando con la economía.”

El terreno de los combatientes fue el del que no supo qué hacer con una venganza, sólo podía dar la violencia que recibió, muchas veces una víctima que no tuvo más capacidad que convertirse en victimario.

Las víctimas organizadas constituyen esos seres que con toda la dignidad aceptaron ser sólo víctimas y parar el ciclo mucho más allá de la inacción: dar testimonio y recientemente dar espacio y hasta crear pausas o silencios cortos para que los combatientes hicieran su paz.

El fin del conflicto se tramita entre ejércitos, pero la construcción de la paz hace parte del amplio horizonte de los que se movilizaron desde siempre –y visceralmente– por la noviolencia.

El cielo amplio de las víctimas es un porvenir generoso para todos. Estos que han habitado la paz –en medio de las guerras– logran pensar más en las víctimas que aún no han sido que en las que ya fueron.

anaidalyth

Anaidalyth Delgado, miembro de la Mesa de Participación de Víctimas de Medellín

logo_nocopio