Claves para entender consumos más allá de la sustancia
En los últimos años, el consumo de drogas ha emergido como un asunto de preocupación cotidiana en el trabajo con adolescentes y jóvenes en los programas de Casa de las Estrategias, que hemos dimensionado como un problema colectivo que demanda la atención del equipo y avizora la necesidad de mayores esfuerzos de las organizaciones sociales, las instituciones educativas y, por supuesto, del Estado.
Lejos de ser un fenómeno novedoso para las y los adolescentes y jóvenes de Medellín, la ciudad ha tenido una estrecha y ambivalente relación con las drogas tanto desde el lado del consumo como desde su lugar en el fenómeno del tráfico internacional de sustancias psicoactivas. Según el Estudio Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas en Población Escolar (2022).
Antioquia ocupa, después de Vaupés, uno de los primeros lugares en prevalencia de consumo en edad escolar, con un 16,8 % frente al promedio nacional del 9,5 %.
El cruce entre momento de vida y clase frente al consumo
La adolescencia y juventud son un momento de vida fundamental en la formación de identidades, que está atravesado por la necesidad de exploración y experimentación; pero desde miradas adultocéntricas esta etapa se presenta casi exclusivamente como un momento de riesgo y donde confluyen múltiples amenazas para el “desarrollo óptimo”, invisibilizando las motivaciones, emociones y búsquedas que caracterizan este tramo de vida, desconociendo su agencia y restándole relevancia a su vivencia presente al asumir la juventud solamente como una potencia a futuro. En Colombia, el inicio de consumo de sustancias consideradas ilícitas está alrededor de los 13,7 años, y a los 14 años el 50 % de los hombres y mujeres ya habían consumido alguna vez de estas sustancias (Ministerio de Justicia y del Derecho – Observatorio de Drogas, Ministerio de Educación Nacional, 2022). Es en este marco de la necesidad de encontrar refugios simbólicos y afectivos en medio de entornos a menudo violentos o restrictivos que suele darse el acercamiento inicial al consumo de drogas en la adolescencia temprana y media (Casa de las Estrategias, 2024).
Existe consenso en la literatura sobre los riesgos diferenciales que representa el consumo en edades tempranas y sobre la importancia de retrasar la edad de inicio por sus efectos en la salud física y la maduración neurocognitiva. A su vez, esta población enfrenta vulnerabilidades psicosociales asociadas a la gestión emocional, que suponen mayores riesgos de adicción y de desarrollar consumos problemáticos (Casa de las Estrategias, 2024; UNODC, 2024).
Una mirada a este periodo dentro del transcurso de vida aporta dos ideas fundamentales para la comprensión de los consumos. Lo primero es que ayuda a comprender que son diferentes los elementos que favorecen el inicio en el consumo de los que repercuten luego en su incremento hacia consumos más intensos o de riesgo, siendo los primeros más influenciados por factores sociales. En segundo lugar, que haber tenido consumos iniciativos y exploratorios, aunque es condición para pasar a otras etapas en relación con el consumo, no significa que ese tránsito efectivamente vaya a suceder, por lo que se entiende solamente como un factor de riesgo (RIOD, 2019). Esto significa que un abordaje temprano integral, que considere factores como la creación de hábitos y los significados alrededor del consumo, puede ayudar a evitar el tránsito a relaciones de abuso o dependencia y a realizar intervenciones específicas sobre los riesgos para las personas que consumen.
En Medellín, confluyen tres dinámicas que problematizan el consumo en jóvenes: los espacios de socialización permeados por el expendio, las desigualdades estructurales que agravan sus efectos y una vocación turística que redefine los imaginarios sobre el placer y la ciudad. Esto ha moldeado las formas de habitar, pertenecer y ser joven en contextos marcados por la exclusión y la búsqueda de reconocimiento.
Uno de los principales espacios de socialización adolescente y juvenil en los barrios populares ha sido el espacio de expendio de drogas, lo que ha implicado la existencia de unos riesgos particulares asociados a esos consumos iniciales. Esa cercanía del consumo con el vínculo con estructuras criminales y la violencia urbana ha supuesto un contexto de riesgo para los adolescentes y jóvenes que se acercan a las drogas, pero también ha configurado una asociación en los imaginarios sociales entre drogas e inseguridad que deriva en un ambiente de estigmatización y rechazo social que genera otro tipo vulneraciones de derechos (Uprimny et al., 2014); en particular en Medellín, que es un ejemplo paradigmático de afectaciones a los derechos humanos por el sistema de prohibición ligadas a la persecución de consumidores de sustancias psicoactivas (Elementa, 2024).
Por las desigualdades estructurales, el consumo puede tener consecuencias más severas para los jóvenes de sectores populares. Estas diferencias no se deben exclusivamente a la calidad de las sustancias o a las prácticas asociadas a su consumo, sino también a las respuestas sociales que tienden a aislar, castigar o romper vínculos con quienes consumen. A ello se suman factores materiales como la falta de un lugar donde vivir o de un soporte económico que permita sostener el consumo sin afectar otros ámbitos de la vida.
Recientemente, la ciudad ha vivido una serie de transformaciones recientes que han significado que los jóvenes de borde se vean en un escenario convulso frente a su construcción identitaria. Con la orientación del desarrollo urbano hacia la promoción de una vocación turística y la proliferación de contenidos culturales con alusiones a Medellín ha tomado forma una imagen de una ciudad “cool”, una representación ligada al exotismo de lo popular y el acceso sin muchas restricciones al placer asociado frecuentemente con la fiesta, el sexo y las drogas. La construcción de las identidades de las y los adolescentes se ve tensionada al confrontar nuevas exigencias de una vivencia auténtica de la ciudad y con la emergencia referentes simbólicos que movilizan ciertas aspiraciones y propósitos de vida, en un contexto con altas restricciones para materializar los estilos y formas de vida transmitidos a través de esos contenidos.
Esa percepción de aumento en el consumo de drogas, aunque es consistente con la tendencia mundial (316 millones de personas consumieron drogas en el mundo, un 70 % más alto que en el año 2000 según reportes para el 2024 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito), adquiere unas particularidades locales en el contexto de la ciudad que demandan enfoques que conjuguen la edad y la condiciones socioeconómicas como variables fundamentales para construir estrategias con impacto tendientes a reducir y mitigar riesgos.
Con estas preguntas en mente, se hace urgente consolidar para Medellín y Colombia propuestas situadas de intervención del consumo desde un enfoque social y de derechos, que comprenda las angustias, sentimientos y pulsiones propias del momento de vida, y exacerbadas o adicionales en las adolescencias populares, es decir, que atienda las razones que lo detonan y que reconozca la subjetividad de quienes deciden consumir; pero que también reconozca sus dimensiones problemáticas ligadas a las rupturas que genera y las barreras que puede representar el consumo para la realización de otros deseos y anhelos ligados a sus trayectorias de vida.
Esto en nuestro contexto significa ir más allá de la desestigmatización de las y los consumidores para encontrar caminos para que le apunten a desacralizar la droga y quitarle peso en la organización de la vida de las y los adolescentes y jóvenes. De igual forma comprender los riesgos y los daños que surgen de acercamientos tempranos iniciales en contextos de fuertes carencias. Este abordaje temprano e integral de los consumos puede aportar lidiar entre vacíos de atención, las respuestas generalizadas que no consideran procesos individuales y las falsas dicotomías entre maneras de abordar el problema.






