Manuel Grillo Armesto
A los doce años, Manuel legó a Cúcuta con sueños en los bolsillos y melodías en el corazón. La guitarra, un objeto que siempre había soñado con tenerlo como propio, finalmente se hizo realidad después de tres años de ahorro. Con cuarenta dólares en mano, adquirió ese tesoro usado que resonaba con la promesa de un mañana mejor.
La música se convirtió en su refugio durante tiempos difíciles en Venezuela, cuando la crisis económica amenazaba con ahogar sus esperanzas.
Decidió partir hacia Cúcuta, donde ya se encontraba su abuela, con lo que tenía en los bolsillos. Y entre sus escasas posesiones, la guitarra se convirtió en su compañera inseparable, un vínculo con su pasado y una fuente de inspiración en el presente.
Esta guitarra ya no tiene precio, pero el valor que Manuel le da es incalculable a pesar de que el tiempo la ha desgastado, sus imperfecciones son más notorias y sus cuerdas duren menos afinadas, cada vez que la usa, Manuel siente una conexión profunda con su ser, una sensación de estar en casa, de pertenecer a un lugar donde la música y el arte son su idioma universal.
Para Manuel, su guitarra, más que un simple objeto, es un símbolo de resiliencia y fuerza, un testimonio de que la música puede ser el puente que nos lleva de la oscuridad hacia la luz y nos conecta a pesar de las diferencias.