Yiset Estéfany Santana
Hace cinco años que Yiset legó a Barranquilla en busca de un nuevo comienzo, escapando de una Venezuela cada vez más asfixiante. Puerto Colombia, con su ambiente familiar y acogedor, fue su refugio temporal, un oasis de familiaridad en tierras desconocidas. Pero la lucha por una vida mejor para sus hijos la llevó a Medellín, donde el desafío se intensificó con la llegada de la pandemia.
En medio de la adversidad, su fe se convirtió en su roca, en su guía. El altar, símbolo de su religión y de sus raíces afroamericanas, no es un objeto, es un vínculo con sus ancestros, con la espiritualidad que ha sido parte de su vida desde la infancia. La religión Yoruba, con sus deidades y sus rituales es su testimonio de su herencia y su identidad.
El proceso de traer el altar con ella no fue fácil. Atravesó múltiples obstáculos y alcabalas, además enfrentó la discriminación, burla e irrespeto de aquellos que no comprendían su significado; sin embargo su promesa la mantuvo digna, orgullosa y serena en esos momentos complejos.
Para ella, el altar una manifestación de su fe y una promesa de tranquilidad y paz en medio de la tormenta. En él encuentra la fuerza para seguir adelante, la conexión con sus raíces y la certeza de que sus ancestros están con ella, guiándola en cada paso del camino.
A través del altar, se siente cerca de aquellos que la han precedido, de quienes le han heredado su legado espiritual. Aunque esté lejos de su tierra natal, nunca está sola. Su fe la sostiene, su cultura la fortalece, y el altar es el testamento vivo de esa conexión eterna.